domingo, 26 de octubre de 2014

2005 Crónica de un Huracán no anunciado... a 9 años de Wilma...

Octubre 2005
"Después del huracán Emily pensé que había vivido todo en mi vida incluyendo el terremoto del 85. Cosas nuevas para mí que vengo de una tierra que por su situación en el Caribe, no tiembla y nunca pegan huracanes. Pero me  equivoqué siempre hay algo más, las posibilidades son infinitas y diversas: ¡Wilma!
En donde vivo por decisión propia, no está sino nuestro edificio que se alza en medio de la selva, como escenario de una película de Fellini. Vivimos allí seis solitarios, a quienes no nos atrae el bullicio y embeleco de la pequeña ciudad, sino el silencio del entorno: Javier doctor de la Clínica del Carmen; Toño un músico y  pianista que trabaja en hoteles; Héctor, arquitecto supervisor del nuevo Wall Mart;   Lalo comunicador , que a falta de conseguir trabajo en su profesión, trabaja en una operadora de turistas;  casa chica de algún político, inquilina  que no se acababa de mudar, perpleja por el lugar que había escogido su amante  para que viviera,  y después del huracán  nunca llego hacerlo; Y yo, recién llegada, auto exiliada del DF encargada de nuestra galería CASAARCO  en busca de las suaves brisas y la tranquilidad de una ciudad al pie de una selva y a la orilla del mar.
La noticia que Wilma se había convertido en el huracán más peligroso de la historia reciente  me  la dio Teo, mi hijo, que había llegado el día anterior del DF para los premios MTV que se realizaba en Xcaret, a los que su grupo de rock había sido invitado. Los evacuaban junto con los demás artistas ese mismo día. Lo recordé gritándome  que me  viniera con él por la ventana de una camioneta atiborrada de gente .
-¿Cómo dejar la tienda…el  apartamento sin protegerlos?- , me  quedaría sin duda.
Así pues, todos en Playa del Carmen sorprendidos por la noticia, desatados corrían de un lado a otro comprando tablas, clavos tornillos, haciendo colas en el supermercado para avituallarse de agua y comida. Yo también corrí a la maderería para cerrar la casa  ya que el Emily en el pasado junio, se había llevado las  dos enormes  ventanas, inundándolo todo, mojando  mi ropa, la cama, muebles  y lo demás que andaba por allí y por allá .
Esta vez, me  dije, no va ser así. Con ayuda de la casera y un borrachín que consiguió quien sabe dónde, pusimos las tablas que entonces pensamos que habían quedado bien. Cuando llegué a la galería  en la 5ª avenida, la calle estaba desierta. Todos los vecinos habían tapiado temprano, para ocuparse de sus casas. Al revés de cómo lo había  hecho yo, así que me  pregunté como el Chapulín Colorado:
-¿Y ahora, quién me  va ayudar?-
Un muchacho pensé entonces que medio despistado apareció caminando por la 5ª avenida sin un rumbo aparente   y de inmediato lo aborde para que me  ayudara. Lo hizo, no sin antes acordar un precio, que en aquellas circunstancias me  pareció nimio. Caí en cuenta más tarde, que lo despistado había sido sólo una  impresión, porque venía por toda la 5ª herramientas en mano ayudando a tapiar negocio que se dejara, sin duda  fue el día más productivo de su vida. Cuando terminamos, aunque los vientos fuertes  estaban anunciados hasta la noche, amenazantes ráfagas ya levantaban remolinos de polvo y las hojas del suelo. El cielo se oscurecía poco a poco, tanto que a las dos de la tarde ya se presentían las sombras. Abajo de la puerta y la vitrina le puse sellador para evitar cualquier filtración y me  fui a conseguir algunas provisiones. Cuando llegué al San Francisco, el único supermercado que hay, las estanterías estaban casi vacías. Compre lo que pude: galletas, pan, latas, pilas y agua que supe más tarde que había  sido poca.
Me  fui a mi casa a esperar al huracán sintiéndome  segura con mi tapia, como  cochinito con el lobo feroz. Me  acosté en mi cama a ver la televisión tratando de pasar el tiempo haciendo caso omiso a las mariposas en mi estómago, hasta que se pudiera.
Los vientos afuera comenzaban a sentirse más fuertes cada minuto, y cuando se fue la luz, las cosas no pasaban a más. Una lluvia torrencial comenzó a estropear la situación, y en plena oscuridad no me  di cuenta por donde   se colaba el agua a borbotones pues cuando me  baje de la cama todo estaba mojado, chapoteando decidí irme  a la salita y pernoctar en un poyo a manera de sofá que tengo. Acerqué mis velas, decidida a concéntrate  en "Delirios"  libro de la colombiana Laura Restrepo, según consejo de Xavier  que  sin mucha conciencia de aquello, te aconsejó que me  la tomara con calma. Hasta que además  sentí un viento húmedo que me  calaba hasta los huesos, como si hubiera perdido el techo y estuviera  a la intemperie,  como regadera la lluvia caía  sobre mí en medio de la oscuridad pues las velas momentos antes  se habían apagado. Escuché el ruido de la selva crujiendo bajo el peso de tanta agua.
Tarde me di cuenta que las claraboyas con vidrios a los lados de la cama, lo único que no se había tapiado, habían desparecido… era tanta el agua que entraba por los  orificios  y la fuerza del viento que tuve que recoger lo que tenía allí y en cosa de minutos el viento y el agua arrasó con todo. El único lugar que quedaba dentro medio seco era el baño que no tiene puerta sino una cortina de cuentas de madera, que había amarrado, contra las ráfagas de agua agarré  la maleta que había llenado de libros, la tele, el radio, una neverita con agua, el pan, las galletas y las latas leche y no me  dio tiempo de más .
No recuerdo de donde saqué la fuerza para jalar la cama tamaño matrimonial hasta la entrada del baño con un colchón encima medio mojado que levanté para tapar la entrada, y allí… en el piso me  acosté con la linterna en una mano, a la frágil luz de las velas vi mi realidad. Para entonces el apartamento estaba a merced de los vientos huracanados y el agua. Las madera de las ventanas tapiadas temblaban los  vidrios trepidaban  queriendo salir volando de tal forma que me  parecieron en ese momento tan mal puestas que lamenté no haber despedido al borrachín  y haberlo hecho yo misma. Pasé la noche más larga de mi vida en la que me sobró  el tiempo para pensar en cosas que hacía tiempo no  hacía: en mi familia de Colombia tan cerca de mi corazón y tan lejana al mismo tiempo, en mis padres a quienes siempre les he agradecido mi feliz infancia y juventud, en mis hermanos, de quienes las circunstancias me  separaron físicamente  pero no de mi afectos. Sí, aquel temible  fenómeno  fuera de serie que devastaba todo me  hizo recordar pedazos de mi vida; las fiestas bullangueras de carnavales, de comparsas y disfraces; alegrías juveniles, de los piscinazos en mi casa…siempre llena de amigos; de las comodidades que siempre tuve y entonces creía que así sería siempre ; Vi a la Barranquilla que recuerdo de joven con  inmensos arboles  sombreando los bulevares,   con bellas  acacias florecidas en los jardines, los arboles lluvia de oro de la calle 52, tal vez   sin mayores atractivo para los que la visitan pero con amables recuerdos para los que la vivimos los cielos infinitamente  azules los 365 días del año que tal vez no aprecié lo suficiente .
Pensé en Xavier , con su madre enferma al borde de la muerte, su infinito amor y paciencia para atenderla. En Emily estuvo a mi lado, y lo imaginé seguramente  muy preocupado por mí, sabe que mi fortaleza de siempre  no siempre me  acompaña en estos últimos tiempos, lo amé más que nunca y lamenté no haberme  detenido para decírselo la última vez que lo vi, ocupados en los trajines del día día  pues entonces no pudimos imaginar ninguno de los dos, la magnitud de aquello.
Por supuesto recordé a mis adorados hijos: Paola  y Teo cuando eran pequeños jugando en aquella pileta llena de arena de mar que teníamos en nuestra casa de Puerto Colombia; los vi adolescentes en el estudio de la casa familiar viendo caricaturas en la televisión recién levantados un domingo cualquiera, comiendo cereales, mientras lo hacíamos nosotros .
Y entonces me  pregunté:
¿A dónde se fueron todos esos tiempos vividos? ¿Adónde se fueron las alegrías, las tristezas, y los vientos suaves de entonces? ¿En dónde están todos aquellos momentos? En la oscuridad aterradora me  volví a encontrar con la vida recia que me  estaba tocando vivir de experiencias muy fuertes por dentro y por fuera. Abrumada, lloré no sé cuánto tiempo.
Pensé en Dios… sabiendo que después de la tempestad viene la calma. Esperando la paz anhelada, aplazada por los vientos una y otra vez, en un Caribe indomable, reacio con nosotros y con otros muchos, que queremos vivir por aquí lejos del tránsito y de la vida agitada de la Ciudad.
-¡Paradojas de Paradojas! – Exclamé…
Cuando sentí amainar los vientos, después de 30 horas pues el ojo del huracán daba la vuelta. Salí debajo del colchón para ver mi casa completamente  devastada: Wilma había derribado la puerta de la entrada y había hecho de las suyas con la cocina, de la que se chupo toda las frutas y las latas que allí tenía y las tiro a la selva sin empacho y lo que no pudo estaba regado por el piso inundado .
Bajé las escaleras que están a la intemperie, pegada a la pared y arrodillada agarrándome  de nada…Llegue a casa de los vecinos de la planta baja, a quienes entonces poco conocía, donde me  dieron posada, ropa seca y comida los siguientes dos días. Cuando finalmente  paso el huracán, Lalo y yo, y sus dos familiares Hilda mamá y Hilda hija también allí alojadas, salimos a ver una selva vencida, doblada por el agua, en un silencio consternado, sin sonidos de pájaros, ni de grillos, sapos o chicharras. Mi coche en el medio de un lago lo pudimos encender y sacarlo a un mejor lugar. La brecha que lleva al edificio tenía ocho grandes árboles atravesados, que no pudimos mover ni un centímetro. Nos tocó salir empapados a través de aquel río en que se había convertido el camino, con el  agua a la rodilla, esperando que las serpientes estuvieran tan temerosas como nosotros y no se les antojara moderno y nos fuimos a la ciudad  en el coche de Hilda mamá que había dejado de manera ineligente   en el estacionamiento del Hotel Flamenco Xcaret a unos 700 metros. Al llegar a Playa del Carmen constaté que mi celular  todavía tenía pilas, no me puede comunicar con Xavier, pero la llamada entró sin problema con Paola. Cuando oí su voz querida no pude dejar de llorar,  ella le avisó a su papá y a Teo que estaba bien, a  mi familia en Colombia, a todos.
Las siguientes dos semanas las hemos vivido esperando que los servicios se normalicen : la luz, el agua ,las señales de televisión, la cobertura de los celulares , el plomero para los tanques de agua, que se zafaron de los tubos y volaron, y se podían ver  desparramados por el lugar ; al eléctrico, al vidriero, al carpintero, y hoy un mes después se restableció el aeropuerto y llega Xavier. Parece que no hubiera pasado nada, la ciudad lista para recibir los turistas,  pero a mí me  pasaron muchas cosas: la más importante  es que  quiero más a todos. A Xavier , a Paola y a Teo, a mi entrañable familia colombiana, a mi familia mexicana, a todos mis amigos que me  recordaron y a los que no. Aprecio más lo que tengo, cada día doy gracias de poder celebrar la vida con el sonido de los pájaros que reconstruyen naturalmente sus nidos una vez más sin preguntarse nada, una lección para aprender. Bañándome  en el azul turquesa del mar de por aquí me  siento como nueva.

Gracias a todos por estar allí...