Octubre 2005
"Después del huracán Emily pensé que había vivido todo en mi vida incluyendo el terremoto del 85. Cosas nuevas para mí que vengo de una tierra que por su situación en el Caribe, no tiembla y nunca pegan huracanes. Pero me equivoqué siempre hay algo más, las posibilidades son infinitas y diversas: ¡Wilma!
"Después del huracán Emily pensé que había vivido todo en mi vida incluyendo el terremoto del 85. Cosas nuevas para mí que vengo de una tierra que por su situación en el Caribe, no tiembla y nunca pegan huracanes. Pero me equivoqué siempre hay algo más, las posibilidades son infinitas y diversas: ¡Wilma!
En donde vivo por decisión
propia, no está sino nuestro edificio que se alza en medio de la selva, como
escenario de una película de Fellini. Vivimos allí seis solitarios, a quienes
no nos atrae el bullicio y embeleco de la pequeña ciudad, sino el silencio del
entorno: Javier doctor de la Clínica del Carmen; Toño un músico y pianista que trabaja en hoteles; Héctor, arquitecto
supervisor del nuevo Wall Mart; Lalo comunicador , que a falta de conseguir
trabajo en su profesión, trabaja en una operadora de turistas; casa chica de algún político, inquilina que no se acababa de mudar, perpleja por el
lugar que había escogido su amante para
que viviera, y después del huracán nunca llego hacerlo; Y yo, recién llegada, auto exiliada del DF
encargada de nuestra galería CASAARCO en busca de las suaves brisas y la tranquilidad de
una ciudad al pie de una selva y a la orilla del mar.
La noticia que Wilma se había
convertido en el huracán más peligroso de la historia reciente me la
dio Teo, mi hijo, que había llegado el día anterior del DF para los premios MTV que se
realizaba en Xcaret, a los que su grupo de rock había sido invitado. Los evacuaban
junto con los demás artistas ese mismo día. Lo recordé gritándome que me viniera con él por la ventana de una camioneta
atiborrada de gente .
-¿Cómo dejar la tienda…el apartamento sin protegerlos?- , me quedaría sin duda.
Así pues, todos en Playa del Carmen sorprendidos por la noticia, desatados corrían de un lado a otro comprando tablas, clavos tornillos,
haciendo colas en el supermercado para avituallarse de agua y comida. Yo
también corrí a la maderería para cerrar la casa ya que el Emily en el pasado junio, se había llevado las dos enormes ventanas, inundándolo todo, mojando mi
ropa, la cama, muebles y lo demás que andaba por allí y por allá .
Esta vez, me dije, no va ser así. Con ayuda de la casera y
un borrachín que consiguió quien sabe dónde, pusimos las tablas que entonces
pensamos que habían quedado bien. Cuando llegué a la galería en la 5ª avenida,
la calle estaba desierta. Todos los vecinos habían tapiado temprano, para
ocuparse de sus casas. Al revés de cómo lo había hecho yo, así que me pregunté como el Chapulín Colorado:
-¿Y ahora, quién me va ayudar?-
Un muchacho pensé entonces que medio
despistado apareció caminando por la 5ª avenida sin un rumbo aparente y de inmediato lo aborde para que me ayudara. Lo hizo, no sin antes acordar un
precio, que en aquellas circunstancias me pareció nimio. Caí en cuenta más tarde, que lo
despistado había sido sólo una impresión, porque venía por toda la 5ª herramientas
en mano ayudando a tapiar negocio que se dejara, sin duda fue el día más productivo de su
vida. Cuando terminamos, aunque los vientos fuertes estaban anunciados hasta la noche, amenazantes ráfagas ya levantaban remolinos de polvo y las hojas del suelo. El cielo se oscurecía poco a poco, tanto que a las dos de la tarde ya se presentían las
sombras. Abajo de la
puerta y la vitrina le puse sellador para evitar cualquier filtración y me fui a conseguir algunas provisiones. Cuando
llegué al San Francisco, el único supermercado que hay, las estanterías estaban casi vacías. Compre lo que pude: galletas, pan, latas, pilas y agua que supe más
tarde que había sido poca.
Me fui a mi casa a esperar al huracán sintiéndome
segura con mi tapia, como cochinito con el lobo feroz. Me acosté en mi cama a ver la televisión tratando de
pasar el tiempo haciendo caso omiso a las mariposas en mi estómago, hasta que
se pudiera.
Los vientos afuera comenzaban a
sentirse más fuertes cada minuto, y cuando se fue la luz, las cosas no pasaban
a más. Una lluvia torrencial comenzó a estropear la situación, y en plena
oscuridad no me di cuenta por donde se colaba el agua a borbotones pues cuando me baje de la cama todo estaba mojado, chapoteando
decidí irme a la salita y pernoctar en
un poyo a manera de sofá que tengo. Acerqué mis velas, decidida a concéntrate en "Delirios" libro de la colombiana Laura Restrepo, según
consejo de Xavier que sin mucha
conciencia de aquello, te aconsejó que me la tomara
con calma. Hasta que además sentí un viento húmedo que me calaba hasta los huesos, como si hubiera
perdido el techo y estuviera a la intemperie,
como regadera la lluvia caía sobre mí en medio de la oscuridad pues las
velas momentos antes se habían apagado.
Escuché el ruido de la selva crujiendo bajo el peso de tanta agua.
Tarde me di cuenta que las
claraboyas con vidrios a los lados de la cama, lo único que no se había
tapiado, habían desparecido… era tanta el agua que entraba por los orificios y la fuerza del viento que tuve que recoger lo
que tenía allí y en cosa de minutos el viento y el agua arrasó con todo. El
único lugar que quedaba dentro medio seco era el baño que no tiene puerta sino
una cortina de cuentas de madera, que había amarrado, contra las ráfagas de
agua agarré la maleta que había llenado de libros, la tele, el radio, una neverita con
agua, el pan, las galletas y las latas leche y no me dio tiempo de más .
No recuerdo de donde saqué la
fuerza para jalar la cama tamaño matrimonial hasta la entrada del baño con un
colchón encima medio mojado que levanté para tapar la entrada, y allí… en el
piso me acosté con la linterna en una
mano, a la frágil luz de las velas vi mi realidad. Para entonces el apartamento
estaba a merced de los vientos huracanados y el agua. Las madera de las
ventanas tapiadas temblaban los vidrios
trepidaban queriendo salir volando de
tal forma que me parecieron en ese momento
tan mal puestas que lamenté no haber despedido al borrachín y haberlo hecho yo misma. Pasé la noche más
larga de mi vida en la que me sobró el tiempo
para pensar en cosas que hacía tiempo no hacía: en mi familia de Colombia
tan cerca de mi corazón y tan lejana al mismo tiempo, en mis padres a quienes
siempre les he agradecido mi feliz infancia y juventud, en mis hermanos, de
quienes las circunstancias me separaron físicamente
pero no de mi afectos. Sí, aquel temible
fenómeno fuera de serie que devastaba todo me hizo recordar pedazos de mi vida; las fiestas
bullangueras de carnavales, de comparsas y disfraces; alegrías juveniles, de
los piscinazos en mi casa…siempre llena de amigos; de las comodidades que
siempre tuve y entonces creía que así sería siempre ; Vi a la Barranquilla que
recuerdo de joven con inmensos
arboles sombreando los bulevares, con
bellas acacias florecidas en los jardines,
los arboles lluvia de oro de la calle 52, tal vez sin mayores atractivo para los que la
visitan pero con amables recuerdos para los que la vivimos los cielos infinitamente
azules los 365 días del año que tal vez
no aprecié lo suficiente .
Pensé en Xavier , con su madre
enferma al borde de la muerte, su infinito amor y paciencia para atenderla. En
Emily estuvo a mi lado, y lo imaginé seguramente muy preocupado por mí, sabe que mi fortaleza
de siempre no siempre me acompaña en estos últimos tiempos, lo amé más
que nunca y lamenté no haberme detenido
para decírselo la última vez que lo vi, ocupados en los trajines del día día pues entonces no pudimos imaginar ninguno de
los dos, la magnitud de aquello.
Por supuesto recordé a mis
adorados hijos: Paola y Teo cuando eran pequeños jugando en aquella
pileta llena de arena de mar que teníamos en nuestra casa de Puerto Colombia;
los vi adolescentes en el estudio de la casa familiar viendo caricaturas en la televisión
recién levantados un domingo cualquiera, comiendo cereales, mientras lo
hacíamos nosotros .
Y entonces me pregunté:
¿A dónde se fueron todos esos
tiempos vividos? ¿Adónde se fueron las alegrías, las tristezas, y los vientos
suaves de entonces? ¿En dónde están todos aquellos momentos? En la oscuridad aterradora
me volví a encontrar con la vida recia
que me estaba tocando vivir de
experiencias muy fuertes por dentro y por fuera. Abrumada, lloré no sé cuánto
tiempo.
Pensé en Dios… sabiendo que
después de la tempestad viene la calma. Esperando la paz anhelada, aplazada por
los vientos una y otra vez, en un Caribe indomable, reacio con nosotros y con
otros muchos, que queremos vivir por aquí lejos del tránsito y de la vida
agitada de la Ciudad.
-¡Paradojas de Paradojas! –
Exclamé…
Cuando sentí amainar los vientos,
después de 30 horas pues el ojo del huracán daba la vuelta. Salí debajo del
colchón para ver mi casa completamente devastada: Wilma había derribado la puerta de
la entrada y había hecho de las suyas con la cocina, de la que se chupo toda
las frutas y las latas que allí tenía y las tiro a la selva sin empacho y lo
que no pudo estaba regado por el piso inundado .
Bajé las escaleras que están a la
intemperie, pegada a la pared y arrodillada agarrándome de nada…Llegue a casa de los vecinos de la
planta baja, a quienes entonces poco conocía, donde me dieron posada, ropa seca y comida los siguientes
dos días. Cuando finalmente paso el
huracán, Lalo y yo, y sus dos familiares Hilda mamá y Hilda hija también allí
alojadas, salimos a ver una selva vencida, doblada por el agua, en un silencio
consternado, sin sonidos de pájaros, ni de grillos, sapos o chicharras. Mi coche
en el medio de un lago lo pudimos encender y sacarlo a un mejor lugar. La brecha
que lleva al edificio tenía ocho grandes árboles atravesados, que no
pudimos mover ni un centímetro. Nos tocó salir empapados a través de aquel río
en que se había convertido el camino, con el agua a la rodilla, esperando que las serpientes
estuvieran tan temerosas como nosotros y no se les antojara moderno y nos
fuimos a la ciudad en el coche de Hilda
mamá que había dejado de manera ineligente en el estacionamiento del Hotel Flamenco
Xcaret a unos 700 metros. Al llegar a Playa del Carmen constaté que mi celular todavía tenía pilas, no me puede comunicar con Xavier, pero la llamada entró sin problema con Paola. Cuando oí su voz querida no pude
dejar de llorar, ella le avisó a su papá
y a Teo que estaba bien, a mi familia
en Colombia, a todos.
Las siguientes dos semanas las
hemos vivido esperando que los servicios se normalicen : la luz, el agua ,las
señales de televisión, la cobertura de los celulares , el plomero para los
tanques de agua, que se zafaron de los tubos y volaron, y se podían ver desparramados por el lugar ; al eléctrico, al
vidriero, al carpintero, y hoy un mes después se restableció el aeropuerto y
llega Xavier. Parece que no hubiera pasado nada, la ciudad lista para recibir
los turistas, pero a mí me pasaron muchas cosas: la más importante es que quiero más a todos. A Xavier , a Paola y a Teo, a mi entrañable familia colombiana, a mi familia mexicana,
a todos mis amigos que me recordaron y a
los que no. Aprecio más lo que tengo, cada día doy gracias de poder celebrar la
vida con el sonido de los pájaros que reconstruyen naturalmente sus nidos una
vez más sin preguntarse nada, una lección para aprender. Bañándome en el azul turquesa del mar de por aquí me siento como nueva.
Gracias a todos por estar allí...
"